Bernard Horande
Recientemente, me llegó por correo una historia reveladora. Un joven se encuentra con su antiguo profesor jubilado y le pregunta si lo recuerda.
El anciano confiesa no recordarlo, lo que lleva al joven a revelar que ahora también es profesor y le explica por qué eligió esa carrera.
El joven relata un episodio en el que robó el reloj de un compañero en clase.
El profesor, al darse cuenta, decidió buscar el reloj en los bolsillos de todos sin señalar al culpable.
El joven se sorprende al recordar cómo el profesor mantuvo su dignidad, protegiendo la suya propia al mismo tiempo.
El profesor, al ser recordado por el incidente, le dice:
– Recuerdo la situación, sí, el reloj robado, que busqué en todos, etc. Pero no te recordaba… ¡Porque yo también cerré los ojos y no miré la cara a ninguno, mientras buscaba el reloj!
Esto dejó una impresión duradera en él sobre la verdadera naturaleza de la educación.
Esta historia subraya el poder de la educación para moldear el carácter y la moral de los individuos.
La verdadera enseñanza va más allá de las palabras, se encuentra en los actos de compasión y justicia que inspiran a los estudiantes a ser mejores personas en la sociedad.
En un mundo donde la integridad a menudo se ve comprometida, este relato nos recuerda que los educadores tienen un papel fundamental en guiar a las generaciones futuras hacia la virtud y el respeto mutuo.
La lección del reloj robado es un recordatorio de que los valores como la dignidad no solo se enseñan: se viven, modelando así un mundo mejor para todos.